Un burro muerto

2021-2022

Conjunto de piezas que intentan dar cuerpo a un mito popular: un dinosaurio salió de una mina y devora un burro en un pueblo abandonado en Sonora, el dueño del burro mata a balazos al reptil y sus restos son devorados por los animales de la zona borrando toda evidencia física de su existencia, solo esta historia que varios en Nacozari conocen.

A partir de esculturas y dibujos se entrelazan el mito, la especulación paleontológica, y el territorio como desecho en una zona dominada por la minería.

Vista de instalación compás 88. Ciudad de México 2022

Un burro muerto

Impresión 3D, escombros con materiales variados.

Medidas variables

Pilares de Nacozari I y II

Acrílico sobre papel de algodón, marco de metal

55.5 x 88.7cm

84 x 112.5cm

Mina el porvenir

acrílico sobre papel de algodón y marco de metal

65 x 88.7cm

Naturaleza muerta

Resina, piedra y concreto

20 x 12 x 12cm

Piedra con cuerno y huesos incrustados sobre concreto.

35 x 33 x 12cm

Roca con corcholatas encontradas y metal, lata encontrada en el mar y concreto pigmentado

72 x 50 x 30cm

Piel de carnívoro fósil

Acrílico sobre papel de algodón incrustado en piedra, resina y metal.

10 x 13 x 16cm

Cabeza y piel

Escombro, concreto y metal

55 x 30 x 55cm

Monstruo con colmillos

Acrílico sobre papel de algodón incrustado en recinto, resina y metal

37.5 x 23.5 x 10cm

Escombro y costillas

Acrilico sobre papel de algodón y marco de metal

81.5 x 91.5cm

Escombro con alfombra y hueso

Acrílico sobre papel de algodón y marco de metal

61 x 96.5cm

Matorrales

Concreto pigmentado y alambre de púas

46 x 30 x 25cm

Cola

Impresión 3D y piedra

50 x 38 x 10cm

Monstruo

Acrílico sobre papel de algodón, marco de metal en cuarto con escombro.

52 x 40cm

La transparencia de los burros

Por Iván Ballesteros Rojo

A veces uno se convierte en un molesto eclipse. Interrumpir la visión de alguien, de un observador, te hace indeseable, tanto como para que merezcas la grosería de una obviedad. Recuerdo a mi madre quitándome de entre ella y la televisión, en la que veía su novela melodramática, diciéndome, con el mismo tono de los actores de la novela: “la carne de burro no es transparente”. Esto significa que nuestro cuerpo es el punto opaco que se interpone entre la mirada de alguien. Es materializarse de pronto, encarnar de presencia lo que antes era un cristalino vacío.

Hay ranas de cristal, así se llaman, a las que puedes distinguirle el latido del corazón al primer vistazo. Es como observar su relojería interna. Quizá, no tengo el dato preciso, el reino en el que existen mayor cantidad de criaturas transparentes sea el marino. Moluscos, anémonas y algunos peces, como el pez draco, que evidencia su maquinaria interior como si fuera una pequeña vitrina que exhibe lo que para nosotros es secreto: las vísceras, el espinazo.

La piel es el órgano más grande que tiene el cuerpo humano. Es la cortina que oculta nuestra viscosidad, nuestra sanguínea condición mamífera. Articulaciones, huesos, sistemas, membranas. El cuerpo de los mamíferos reviste con la piel (o el pelo) una complicada galaxia oculta. Una estructura que sin su cubierta nos parecería angustiosa, terrorífica.

Todo este asunto sobre la transparencia de los cuerpos se me viene a la mente por culpa de mi amigo, Lucero de la Mañana. Por la historia que me contó sobre el burro que fue devorado por un dinosaurio. Estaría entrando a la adolescencia cuando Lucero me dijo que hace millones de años, 68 para ser más exactos, en lo que hoy es la Sierra Sonorense, lugar de origen de mis abuelos, había dinosaurios. En los poblados cercanos a Nacozari, sobre todo en Esqueda, se han encontrado fósiles de los más famosos lagartos gigantes del período cretácico. Entre ellos el temible Tiranosaurio Rex, el Anquilosaurio coraza impenetrable, uno de los preferidos por los niños, el Tricerátops y el pico de pato con su aspecto divertido, pero de personalidad mortal, el Hadrosaurio.

En aquel momento quedé alucinado con el relato sobre un burro, esos pobres equinos de segundo orden, condenados a personajes secundarios en las historias, el asno con su infinita mirada melancólica y que regularmente son comparados, injustamente, con las actitudes más tontas de los humanos. Si alguien no comprende una ecuación matemática, es un burro. Cuando se castiga a alguien por su mal comportamiento en la primaria, la profesora le coloca en un rincón con orejas de burro. Cuando alguien es lento, flojo, mediocre, es un asno.

Mis abuelos tenían tres burros, bestias que siempre me parecieron hermosas. Con su descomunal barriga y el movimiento apacible de su cola. Con la mirada perdida en el horizonte. El ser más apreciativo y pacífico de toda la sierra sonorense. Lucero me contó la historia cuando uno de los burros pertenecientes a mis abuelos desapareció. “Quizá le pasó lo que al burrito de Don Gregorio”, me dijo. Y qué fue eso:

El burro y el dinosaurio

Cuenta la leyenda que Anselmo, el burrito de Don Gregorio, se escapó por los malos tratos que recibía del viejo. Fue una madrugada de verano que el animal se fue a la zona alta de las viejas minas de cobre. Don Gregorio, arrepentido, por el mucho cariño que ante la ausencia de Anselmo notó que tenía por él, lo buscó durante días. Sin darse por vencido, se le ocurrió ir a la zona de las viejas minas de cobre. Antes de partir le dijo a su mujer hacía donde se dirigía. La mujer le sugirió que dejara de buscar a Anselmo. Que, quizás el burro se había ido, como suelen hacerlo algunos animales cuando se enferman, a morir lejos. Don Gregorio le contestó que si así fuera, entonces encontraría su cuerpo y le daría sepultura. Después de todo, dijo el viejo, le debía eso a Anselmo, su gran, aunque poco valorado, amigo. Don Gregorio recorrió todos los rincones y nada. Ya cuando la tarde estaba a punto de caer, vio desde arriba de un cerrito toda aquella comarca. Le pareció hermosa, alucinante. Su apreciación de aquel paisaje, del que por un instante fue el único dueño, se vio súbitamente interrumpida por un feroz rugido. Un trueno gutural que aterrorizó a Don Gregorio al punto de causarle el primero, de tres ataques cardiacos que el viejo sufriría en el transcurso de tres años. El rugido se repitió y Don Gregorio sentía que la vida se le apagaría en ese lugar, y sin que hubiera podido encontrar al buen Anselmo. Por la madrugada, Don Gregorio despertó, delicado y profundamente exhausto, en una clínica de Nacozari, donde aseguraba, lo que fue tomado por el delirio de un moribundo, que en las viejas minas de cobre había un dinosaurio. Un dinosaurio que rugía como 1000 leones y que seguramente fue el que devoró a Anselmo.

Desde entonces, los lugareños, que aprovechan cualquier hueco de la imaginación para nutrir los largos días en el monte, alimentaron la historia de don Gregorio. Todo animal que desaparecía era atribuido al hambre milenaria del dinosaurio que habitaba en las viejas minas de cobre. Chicos de la secundaria, en días de pinta, regresaban a sus casas temblando y aseguraban a sus padres que allá, en las minas, había algo enorme y maligno. Hubo una niña que aseguró haber visto a un lagarto gigantesco. Que escuchó sus rugidos y que el animal la persiguió hasta que cayó a causa de una piedra. El dinosaurio, al que describió como un anquilosaurio, después de olerla le perdonó la vida y se marchó del lugar desapareciendo entre los pinos. Una advertencia como para que la chica regresara al pueblo a alimentar su leyenda. O simplemente para que nadie más se fuera de pinta. Desde aquellos días, dijo Lucero, se escuchan en los poblados más cercanos a las viejas minas de cobre, rugidos que hacen temblar las ventanas de las casas de madera. Que congelan la sangre de quienes los escuchan.

Yo, por aquellos años de mi adolescencia, me tragué la historia sobre el burro y el dinosaurio. Busqué al burrito desaparecido de mis abuelos y nunca encontré rastros. Aún, cuando vengo de visita con los viejos, hago excursiones a las viejas minas de cobre y busco los huesos de algún burro. Nunca me he topado con evidencia, con rastros del animal. Me gustaría decirle a mi madre que, si la historia del burro y el dinosaurio es verdadera, le doy por válida la frase que me decía, a manera de regaño, cuando interrumpía con mi cuerpo la proyección de sus telenovelas. Pero, si no es cierto. Si resulta, como es lo más seguro, que acá no hay un dinosaurio comiéndose a todos los burros que escapan hacía las viejas minas de cobre. Si resulta, ante la nula evidencia de restos de animales desaparecidos a lo largo de los años en esta zona, que el dinosaurio es la invención de un viejo que estaba atravesando el umbral entre la vida y la muerte y de una niña, con mucha imaginación, que un día decidió irse de pinta, entonces tendríamos que admitirlo. Mamá, la carne de los burros que escapan es, definitivamente, transparente.